viernes, 8 de enero de 2016

MI PADRE EL JUSTICIERO

Arnoldo había heredado la tez morena de su padre y con el tiempo formó la dureza de la roca en el entrecejo, era imperturbable como un cerro ante los fuertes vientos de la vida. Es un hombre fuerte que no permite que se vean los dolores del pasado en esa coraza que era y es su cuerpo ni delaten sus sentimientos sus ojos y los gestos, algunas veces pensaba que el deseo de mi padre era construir un imperio pero no solo con el fin económico sino para protegernos de algo que estaba más allá de su propio entendimiento, parecía pedirle cuentas a mi abuelo como pensando en voz alta; había sido abandonado por este cuando era un niño buscando una mejor vida llevándose también a su madre, se crió en el campo con su abuela con la dureza que eso implica, una mujer mayor que sabía poco de cómo tratar a un niño y en medio de la soledad, el silencio y el trato duro forjó su carácter. A los pocos años y después de la muerte de su abuela mis abuelos lo rescataron para llevárselo a Buenos Aires donde ya se habían establecido económicamente encontrándose con un hermano y una hermana. Mi padre tuvo que aprender las reglas de la convivencia como quien se le enseña a un salvaje, manejaba el cuchillo como si hubiera nacido junto con el, las reglas de la ciudad eran muy distintas a las del monte lo que le ocasionaban algunos problemas, no le costó poco adaptarse pero lo hizo ya que la naturaleza le había prodigado una inteligencia más que aceptable, en poco tiempo aquel niño se convirtió en un hombre, tenía afición por las armas así que orientó su vida a esa profesión en la que el plomo y la pólvora son el lenguaje más allá de las ideas y de la perfección de la simetría de los fierros. 

Después de su retiro se había ganado la reputación de justiciero, podría contar infinidad de anécdotas que me contaban propios y ajenos en torno a él, una que siempre me gustó era que había hecho una apuesta a que le atinaba a un foco del alumbrado de la calle que de manera molesta daba en una de las aberturas de la casa, escuchado así uno podría suponer que no era tan difícil, lo que lo hacía increíble era que el revolver estaba desarmado y él con los ojos vendados volvería armarlo para disparar a la molesta lámpara, con el segundero del reloj y los dedos moviéndose casi a la par de la aguja, después de marcar treinta segundos se escuchaba el estruendo y la luz dejaba en el acto de alumbrar. Había elegido seguir el dogma de Alem y a partir ahí fue radical siempre, organizaba y se reunía clandestinamente con un grupo de valientes que sabían lo que se estaban jugando en plena dictadura con la esperanza de la vuelta de la democracia aunque había sido un hombre de las fuerzas armadas creyó siempre que la libertad era la mejor opción para que un pueblo pudiera progresar. Nunca pude olvidar que en un acto multitudinario con el candidato de su partido pudimos hacernos espacio con mucho esfuerzo hasta llegar a la base del palco, tendría unos diez años y era bastante flaco me cargaron en los hombros y pude llegar a tirar de la botamanga del pantalón del que finalmente logró la Presidencia de la Nación. Un tiempo después pude ver por televisión como el susodicho miraba para abajo en ese momento, si hubiera sabido “bigote” que era un pendejo que no tenía la menor idea de lo que hacía, recuerdo a la multitud coreando “…para el pueblo lo que es del pueblo porque el pueblo se lo ganó…”.

Mi padre no es un hombre malo pero algunas veces pensaba cuando me miraba en silencio que quería matarme. Él siempre fue un misterio para mí pero también alguien digno de admirar.

sábado, 2 de enero de 2016

MIS LECTURAS, MI ABUELO Y LO SOBRENATURAL

Tener que transitar las calles de la infancia en la cabeza no es nada fácil pero es mucho más difícil plasmar esos recuerdos al papel, no sé en que momento exacto comenzó esto de escribir pero es una suma de muchas cosas, mi viejo le compraba historietas a mi hermano Fabián, eran revistas que dentro contenían muchas historias que siempre tenían continuación en el ejemplar de la semana siguiente. Dartagnan, El Toni algunos de los nombres que recuerdo e historias como “Mojado”, “Savarese”, “Pepe Sanchez”, “Nipur de Lagash” o “Gilgamesh” mis preferidas, esas historias sumado a mis juegos con soldaditos de plástico (venían en bolsas de 50 unidades) yo tenía ejércitos, como siguiendo un guion les hacía vivir a estos las peripecias de las aventuras de los personajes que leía hasta llegar el momento de hacer mis propios guiones inconscientemente era mi primer contacto con esto de narrar, otro responsable fue mi abuelo paterno un hombre muy cuestionado por mi padre por ciertas circunstancias vividas en su infancia y la que dio como resultado una relación conflictiva entre los dos repitiendo en los años posteriores lo mismo que él cuestionó pero son cosas que no vienen al caso. 

Mi abuelo fue y será uno de los maestros de mi vida, con mi hermano íbamos los sábados o domingos, nunca he olvidado la manera que tenía de contar con ese decir que tiene la gente de Santiago del Estero lugar del que era oriundo siempre guardo las anécdotas y leyendas que nos sabía contar después de los asados, y como buen Santiagueño que era hacía honor a la costumbre de sus paisanos LA SIESTA, no eran siestas de treinta minutos eran “siestones” de tres horas para cualquier chico de nuestra edad eso era inconcebible lo mismo él nos obligaba que la hiciéramos, apenas escuchábamos sus primeros ronquidos mi hermano Gabriel se fugaba a jugar con los chicos de la cuadra yo me quedaba para que mi abuelo no se enojara y me aburría horrores por ahí él se levantaba y preguntaba por mi hermano pero no esperaba la respuesta, al verme tan embolado me decía “En el cajón de aquella cómoda hay libros…” pero haciéndome una advertencia “…los que están en las puertas de abajo son para grandes” luego de leer “Tom Sawyer”, “La cabaña del tío Tom”, “Robin Hood” empecé con los “prohibidos” allí amontonados y apretados estaban Kafka, Dostoievski, Sartre, Borges. Cuando mi abuelo regresaba del sueño de la siesta tomábamos la merienda y el buscaba la guitarra, tocaba de oído, escuchaba una melodía y la repetía en la viola sin equivocarse una nota, un día hablando de música me dice que había escuchado el comienzo de una canción pero que no recordaba de donde ni quien era el autor, acomodó los dedos en el diapasón y luego rasgueó suavemente; yo no sabía nada de música o de cantantes solo lo que él me había enseñado, me preguntó si me gustaba, le dije que sí que era diferente, él lo que más tocaba era folclore y a mí me gustaba pero esto era distinto a todo lo antes escuchado. Un día en la radio volví a escuchar la melodía y la canción era “satisfacción” de los Rolling Stones, otra de las cosas que tendré que agradecerle por siempre, a partir de ahí como una banda sonora de mi vida escucho rock and roll.

Mi abuelo hablaba quichua Santiagueño y era fantástico que terminara alguna de sus historias con alguna frase en esa lengua, algunas veces pensaba que él había leído lo que me contaba y lo adaptaba a sus recuerdos, era un hombre robusto, alto, morocho con arrugas marcadas que parecían gritar los soles del monte de Santiago, manos fuertes que nombraban el hacha y el golpe, de quien era, tal vez para los demás solo alguien más para mí él era un Dios. Le debo haberme comprendido en aquellos años en que me era difícil entender que yo no estaba loco que lo que me pasaba era algo normal y que yo lo había heredado entonces me relataba de sus ancestros su tatarabuelo había sido un cacique que vaya a saber porque circunstancias del destino se había unido a una alemana, hacía referencia a sus dones sobrenaturales que él aplicaba en beneficio de su tribu. Me hablaba de un hermano mayor, una especie de gigante bonachón que también poseía dones sobrenaturales y a quien se le atribuía poder entender el lenguaje de la naturaleza y con ese conocimiento sanar a los integrantes de su comunidad. A decir verdad no sé si nada de esto es probable lo cierto es que después que me atropelló un auto algo en mí se despertó y ya nada volvería a ser igual o normal en mi vida.

LA AIDA

Cuando comencé la primaria me cambiaron de colegio, repetí la misma escena del año anterior pero sin conseguir el mismo resultado, lloré, grité y agregué pataleo para darle más dramatismo pero no hubo caso, el acto de inicio de año continuó se cantó el himno, se dijo el discurso y luego cada curso a su aula. Mi madre se fue y yo me quedé llorando, la maestra fue directa y no tuvo ningún tipo de contemplaciones adentro y listo. Así que me tuve que guardar el llanto ya que la manera con la que me habló no dejaba lugar para sobreactuaciones, se presentó como la señorita Aida y desde ese momento comenzaría una guerra psicológica entre los dos. Tal vez el que llevaba todas las de perder era yo pero así y todo pensaba llevar mi plan a cabo con un solo y fundamental problema, no tenía un plan. Considero que muchas veces los adultos menosprecian las capacidades de los niños, en aquel tiempo era aún mayor, creo que fue en la base de este concepto que en mi razonamiento de mis seis años se manifestó naturalmente una estrategia básica ¿Qué era lo peor que le podía pasar a una maestra? Que ella no tuviera la capacidad de enseñar o el alumno la de aprender ¡Perfecto! Mejor dicho ¡Genial! O como le había escuchado decir a mi madre ¡Touché! Mientras en las sombras pergeñaba mi plan tenía que seguir lidiando con mi problema y las aguas seguían bajando turbias sin posibilidad de contención aunque lo intentaba era más fuerte que yo, cuando me daba cuenta ya me había orinado, los pupitres eran dobles y yo me sentaba con Miguel G. un día se sentó por equivocación en mi lugar un momento después que ya me había pasado cuando se levantó tenía el guardapolvo mojado los demás chicos vieron el charquito debajo del banco y no tuvieron reparos, las risas más crueles se descargaron sobre él, lo peor de esto era que él creyó que realmente le había pasado y que yo cobardemente permití que lo hiciera después que la señorita Aida lo reprendiera y lo llevara a la dirección me sentí aún peor. Mientras mi rabia por “la Aida” como la denominaba para mis adentros iba en aumento comencé a ejecutar mi revancha, cuando explicaba miraba para otro lado o simplemente no copiaba nada del pizarrón, la relación maestra-alumno empezaba a ser “tirante”, el resultado del primer examen un cero, no había hecho nada; mandó llamar a mis padres, la que iba siempre era mi madre la aconsejó que me llevara a un psicólogo por mis problemas de concentración aludiendo a un posible retraso mental aunque ella se esforzaba por demostrarle que yo sabía leer y escribir desde hacía tiempo pero todo lo que se pudiera decir lo desbarataba mi comportamiento y el resultado de todas las actividades dentro del aula agregado a mi problema de mojar los pantalones eso fue lo que me hizo tomar conciencia de mi derrota, ella lo sabía y había esperado el momento para darme el tiro de gracia “touché” perdí. Vino un tiempo de psicólogos, de preguntas, de dibujos, de horas y horas de conversar con desconocidos que parecían tener la solución a mi mal y eso que había sido antes de que empezara a ver “aparecidos” eso vino un poco después. Diagnósticos de todos los tenores y colores, posibles acciones cambiar la manera de dirigirse hacia mí en lo emocional de parte de mis padres ayudarían a atenuar mi patología. Nunca supe a ciencia cierta qué clase de “verdura” le vendían estos profesionales pero lo único que sé es que no me ayudaron en nada o tal vez si y yo todavía no lo sé. Ese año escolar lo perdí y repetí el grado cuando volví al aula vi con espanto casi escuchando la banda sonora de psicosis que la maestra que me había tocado en suerte era “LA AIDA”.

Aunque me costó decidí darle una oportunidad y la relación entre los dos mejoró, mis notas mejoraron y ella se sorprendía por el cambio y asumía como propios mis avances todo iba sobre rieles hasta que un día anunciaron la llegada de una Inspectora Provincial a la escuela, cuando la funcionaria entró en el aula “la Aida” que se había mostrado muy nerviosa se apresuró para recibirla tropezó con el pie de uno de sus alumnos, trastabilló, recuerdo casi como en cámara lenta esa caída, fue girando en el aire su grueso cuerpo como queriendo aferrarse a algo que por supuesto no había, el gesto de su cara resignada cuando vio el suelo a dos centímetros de sus ojos y desde esa perspectiva la de la inspectora que preocupada trataba de ayudarla a levantarse. Yo me sentaba en el primer banco y no pude aguantarme la tentación mientras se levantaba creo que me miró pero mi mirada estaba en otra parte y mi pie había vuelto a su lugar. Siempre la recuerdo con cariño, me festejó mi cumpleaños número siete, hay una foto en la que aparezco soplando las velitas junto a ella después la muy desgraciada me tiró las orejas bastante fuerte por cierto.


viernes, 1 de enero de 2016

MI AMIGO CHUKY

Cuando me tocó entrar al jardín de infantes yo no había dejado la mamadera y vivía prendido a la pierna de mamá Martina izquierda o derecha según de donde viniera la amenaza, el primer día me llevó con engaños mi madre, ese día di una verdadera exhibición de la calidad de mis pulmones, mi llanto era tan poderoso que hice llorar al resto de los chicos y no sé si a una que otra maestra; la directora superada por los hechos le dijo a mi vieja que me llevara que al día siguiente iba a ser más fácil, aquel día descubrí que tenía una capacidad extraordinaria con mi llanto, por esto mismo en el segundo día se repitió lo del primero y así con el tercero, en la mitad de la segunda semana mamá Martina me llevó y yo así pude quedarme. En el jardín a diferencia de los que muchos creen no todo es color de rosa más cuando uno de tus compañeros es el clon de “Chuky” (el muñeco maldito) porque no había una palabra que lo definiera tan bien como esa era un verdadero mal-di-to te agarraba las orejas de tal manera que te las dejaba a rosca o te hacía lo que se conocía como la tortura china te agarraba los últimos pelos de la nuca o la patilla de sorpresa, gritaba como chancho que va degüello pero como tenía fama de llorón la “seño” Susana solo me hablaba y sonreía, pero no era solo eso el hijo de muy mala madre se encargaba de hacerme la vida áspera desde que entraba hasta que me iba, era una verdadera pesadilla, sumado a esto seguía orinándome pero esta vez en la sillita trataba de controlarme pero todo o lo poco que hacía era en vano; había aprendido a disimular apenas sucedía me cambiaba de lugar cuando nadie me veía, entonces solo quedaba el charquito, nadie se daba cuenta o eso quería creer. 

Todo estaba bajo control con este tema hasta que el engaño un día se terminó, el muy desgraciado de “chuky” me venía observando, él se encargó de terminar con mi farsa, nunca me olvidé la cara de desaprobación de la señorita Susana y un metro abajo con una sonrisa cínica con el dedo índice apuntándome, el muy maldito. En esa edad los niños son muy crueles y tuve que bancarme toda clase de escarnios y burlas, mi corta vida de cinco años estaba terminada, a los pocos días después nos sacaron una foto en el patio de la escuela, en la imagen se puede ver al susodicho haciéndome una maldad esa misma mañana en el arenero me empujó y caí de frente con la cara hacia abajo me apretaba la cabeza contra el arena podía sentirla entrándome por las narices y por la boca, logré zafarme, ya cansado de por de más de todas sus maldades le di un “soplamocos” en la nariz, al principio se sorprendió pero no tardó en llorar, ese día me di cuenta que no era el único que lloraba “fuerte”. Nunca más volvió a molestarme nos hicimos buenos amigos, hace unos años nos encontramos, ya hombres nos reconocimos y nos saludamos con un abrazo, Claudio Gatti había dejado de ser “chuky”.

¿Por qué EL MEÓN?

 PRIMERA PARTE


Al comenzar a escribir esto dudé si hacerlo en primera o tercera persona, esta última opción me haría más fácil hablar sobre mí, desembarazándome de si tal o cual parte verdaderamente ocurrió o que algunos hechos no sean dichos por Vergüenza o simplemente para no renovar un viejo dolor que creí ya olvidado; ¿De por qué el título? Sencillamente porque me orinaba en la cama, las causas pudieron ser muchas, lo emocional dirían los psicólogos, vejiga floja según los médicos, por pelotudo que no me daba cuenta cuando me venían las ganas diría mi padre, yo para él era el meón, le pareció pedagógico regalarme un metafórico talonario de rifas que tenía como primer premio “una cagada mundial si me volvía a mear en la cama” pero no funcionó por suerte en ese tiempo estaba Martina que trabajaba en casa en los quehaceres domésticos y cuidándonos a mis hermanos y a mí cuando mis padres se iban a trabajar, ella se encargaba de despertarme bien temprano, daba vuelta el colchón y cambiaba las sábanas antes que mi viejo hiciera la respectiva requisa de la mañana, ella siempre estuvo en aquellos años de mi infancia para salvarme de una inevitable paliza. Mis viejos trabajaban todo el día en un mini mercado de su propiedad, ella en poco tiempo se transformó en mamá Martina como la recuerdo siempre hasta el día de hoy, soy el tercero de seis hermanos aunque viví la mayor parte del tiempo con dos de ellos Gabriel y Daniel el mayor Fabián era una especie de padrecito no porque se parecía a un cura sino porque casi siempre cubría el rol de nuestro padre que por sus actividades no podía hacerlo, las mujeres vinieron después Andrea y Celeste. Fabián me llevaba nueve años, le seguía Gabriel este era mayor que yo tres años, dos años después de mí vino Daniel. Nací en el “73” un viernes santo así que no tuvieron mejor idea que ponerme el nombre de nuestro salvador, como les pareció poco y que para que mis abuelos paterno y materno no sintieran que no fueron tenidos en cuenta me secundaron con sus nombres, así uno crece con un nombre que no eligió y en la ignorancia de que esto no podía tener ninguna consecuencia en el futuro. Años más tarde tuve la oportunidad de atenuar esto porque a alguien se le ocurrió llamarme escritor desde ese día soy Pablo. A la edad de cuatro años aprendí a leer impulsado un poco por mi madre que había sido maestra de muy joven dejando esta profesión que amaba en pos de seguir a mi padre en su rol de inminente empresario luego de ser retirado de las fuerzas de seguridad por un accidente que hasta el día de hoy para mí es un misterio, solo sabía que había sido operado en la cabeza “a tu papá le han colocado una chapa de platino en la frente y otra en la nuca” había escuchado decir una vez a mi madre. Cuando veía “el hombre nuclear” (serie que daban en la tele por la tarde) me imaginaba orgulloso a mi viejo en un partido de fútbol haciendo un gol de cabeza de media cancha, ese orgullo no tardó en convertirse en todo lo contrario porque lo que traía aparejado esta cirugía era que en las noches de tormentas el dolor era insoportable cambiando su conducta, de más estaría entrar en detalles y no creo contribuya en nada a este relato.